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Trabajo: ¿Salud o Sacrificio?

  • Foto del escritor: María Cad
    María Cad
  • 1 may 2019
  • 6 Min. de lectura

Hoy es el Día Internacional del Trabajo ¡Feliz Día!


Para realizar una actividad que además de darnos de comer, nos dé libertad, satisfacción y realización, tenemos que quitarnos un lastre de creencias y mandatos. Resulta que tenemos una contradicción en lo que nos dicen del trabajo (que es salud, que da dignidad) y lo que realmente mamamos (que es una m….).


Por eso te quise compartir hoy un compilado de cómo nos afectan muchas memorias erróneas en nuestra vida material, que he visto en consulta y en mí misma.

Espero que te sirva para anotar dónde tenés que meter pico y pala para ser libre y plena. O que al menos te plantees que lo que te pasa puede estar normalizado pero no es natural ni sano.


Principales limitantes


1- Memorias de escasez

En vidas pasadas, renunciamos a la herencia material o juramos pobreza, al unirnos a una congregación. Así nos despojamos de todo derecho a una vida material digna y a la realización y expresión personal en belleza y salud.


De la familia hemos heredado un crisol de sometimiento, miedos y falta de valor.

  • De los europeos traemos el registro de hambrunas, la esclavitud feudal y que es de buen cristiano conformarse incluso agradecer esa esclavitud.

  • De los africanos tenemos el dolor de las miles de generaciones que fueron secuestradas, esclavizadas y obligadas a un esfuerzo inhumano, a que sus vidas no valieran nada, a ser invisibles.

  • De los originarios tenemos el shock del despojo de la herencia material y cultural ante una invasión que arrasó sus vidas. Y tuvieron que dejar de practicar sus oficios, sus idiomas, su arte, su espiritualidad. Esos oficios pasaron a ser sinónimos de bajo status, vergüenza, miseria y marginalidad.

Históricamente hemos escuchado miles de veces que hay que trabajar “de sol a sol”, “ganarse el pan con el sudor”, que “igual no alcanza”, “apenas cobrás ya se fue”, “el sueldo no dura nada”. Así la idea de que el dinero nunca alcanza aunque trabajés a destajo pesa más que cualquier ideal de trabajo digno y realización personal.


Sumale las crisis de los ’80, ’90 y la de 2001, que nos grabaron a fuego: vivir en crisis, buscar culpables, no arriesgarse a cambiar o crecer para no perder lo poco que se tiene. Trabajamos para ahorrar, para hacernos “un colchón”. Pero no para vivir bien, sino para “cuando venga” la crisis. “Y gracias que hay trabajo”, frase nefasta si las hay.


También hemos crecido aceptando que la única forma de vivir es tener un sueldo fijo, fruto de una carrera de prestigio bien paga. Amo la universidad y la movilidad social, pero también es un camino limitante y que rebaja a otros oficios y talentos no-académicos.


2- “Ser bueno”


En muchas vidas pasadas renunciamos a los bienes materiales, juramos pobreza, mendicidad. Esto nos obliga hoy a desprendernos de lo que ganamos, a no poder tener nada. Se nos escurre todo entre los dedos. Hasta conozco alguien que su ideal de vida es vivir como un linyera sin posesiones, confundiendo “renuncia” y “desapego” con desprecio para mostrar que tan copado y espiritual soy.


Aquí también hay un implante colectivo: La intrepretación cambiada del cristianismo y del budismo de que todo deseo mundano, toda riqueza material debemos reprimirla, anularla o al menos fingir que no nos importa.


Y así, para demostrar que tan buena persona somos nos generamos una aversión al dinero y al disfrute del trabajo (y al arte, la belleza y la alegría de vivir que las relacionamos con el lujo).


También hacemos una distinción entre buenos y malos trabajos. Con los buenos vamos a vivir bien y con los malos nos vamos a morir de hambre. Los malos son: los artistas, los que no estudiaron, los que hacen cosas raras, los que la pasan bien, los que ayudan a otros, los que tienen oficios y no carreras universitarias, etc.


Y de postre tenemos el mandato de estudiar (carreras de prestigio) o tener certificado de algo como “permiso” para poder trabajar.


Y me faltaba el “No puedo cobrar tanto”. Porque quien cobra más es un “vivo”. Y hay que conformarse con poco para “ser buena persona”. Confundimos humildad con total falta de autoestima, de propósito de vida y de vitalidad.


3- Sanción social y colectivo border


En mi pueblo se hacían comentarios muy feos acerca de cualquier persona que le iba bien. Si se compraba una camioneta, ya decían “qué habrá hecho para ganar tanto”. Todo era atribuible a venderle el alma al diablo y más recientemente a andar en las drogas, así fuese un pascualito que había logrado un mejor sueldo y había ahorrado. Nos creemos todavía con derecho a juzgar, a disponer de la vida de los demás sólo por envidia como Torquemadas modernos. Y del otro lado, por miedo a la crítica preferimos no destacar.


También hay un miedo ancestral a lo diferente, que es percibido como peligroso, y nos dedicamos a atacarlo sistemáticamente para preservar valores y actividades conocidos. Aunque hayan sido la ruina del planeta y de la salud física y mental humana, las defendemos como hilo conductor y como valores “validados” (para el desastre, pero validados).


4- Miedo al rechazo y al abandono


Dicen que tenemos terror a la crítica y al rechazo porque cuando éramos “cavernícolas” ser expulsado de la manada significaba morir de hambre o devorado por las fieras. Hoy nuestra vida no corre peligro si el grupo nos desaprueba (incluso en una ciudad o en internet podemos unirnos a “tribus urbanas” y grupos frikis), pero en nuestro cerebro primitivo equivale aún a morir.


Por otro lado, para pertenecer a un grupo aún hoy en día se hacen juramentos de lealtad a la Patria. Todo bien, pero nos atan a vivir lo que se supone que es un argentino: que somos un desastre, que en “este país de m..” nunca se puede prosperar. Lo repetimos por lealtad jurada (sino seríamos traidores a la Patria). Yo apagaría la tele o me iría de la clase de historia o del café cuando repiten estas barbaridades y auto denigraciones (que por cierto las inventó Sarmiento, que no era ningún patriota).


Más reciente, nos comimos el cuento de que hay ciclos/ crisis. El ciclo en Argentina se inventó un invierno de la última dictadura y por lealtad a la patria todos suscribimos a esa realidad implantada. Antes no habían ciclos de 10 años, los empezamos a crear colectivamente. Y a necesitarlos para tener la épica de superar algo y poder ehcar culpas a troche y moche sin tomar responsabilidad.


5- Estrés Post Traumático


Además de los condicionantes de nuestras vidas pasadas, de la transmisión familiar y de las creencias colectivas, tenemos nuestras propias experiencias de trauma para desempeñarnos o cambiar de trabajo.


Si pasaste bulling, mobbing o abuso narcisista (de los padres, de los compañeros o de los jefes), procrastinás a más no poder. No te sientas culpable, es por esquivar situaciones de estudio, de trabajo o de exposición que te recuerdan la situación de abuso.


Además esos eventos generan un impacto muy fuerte en la autoestima y la propia capacidad intelectual (reducción de la memoria, ansiedad permanente), entre otros síntomas de Estrés Post Traumático. Y para colmo nunca falta el desubicado que te dice que tenés que ser más eficiente y te suelta mil tips de productividad para que además te sientas culpable de no ir al ritmo (enloquecedor) que hay que tener.



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El camino del alma y del talento


Cada persona nace con talentos y con una misión. No es una gran misión tipo descubrir América o canalizar al arcángel del pepinillo: son las miles de vidas que podés tocar cada día cuando estás en tu “dulce lugar”.


Nadie más puede hacer lo que podés hacer vos, con tus habilidades, con tu experiencia, con tu personalidad, con tu presencia. Sos única y necesaria en este momento de cambios en la Tierra.


Puede que hayas desarrollado tus talentos y ya estés en camino. Puede que tengas que cambiar de profesión y estés medio desorientado. Vas a enfrentarte a la tarea de desarrollar tu autoestima, tu poder personal, a exponerte, a desarrollar tu talento con maestría y sobre todo a navegar la incertidumbre.


Puedo asegurarte que el camino vale la alegría. Vale la alegría soltar la mochila de mandatos que ni siquiera son tuyos, que contradicen a tu deseo vital más profundo. Vale la alegría la libertad y la satisfacción de ser pionera, de realizarte, de lograr metas impensadas, de aprender todo el tiempo, de poder elegir con quién y cómo compartís tus 9 horas de actividad. De transformar tu vida y de las demás personas que cruzan tu camino.



Si estás lista para soltar mochila, escribime para que veamos cómo te puedo ayudar.


Si te ha resultado útil, compartilo para que más personas puedan saber y animarse a soltar mochilas.


Contame qué te llamó más la atención del artículo y dónde te identificaste más.


¡Abrazos!


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